El coronavirus apenas asomaba en febrero cuando cuatro personas zarparon hacia uno de los sitios más remotos del planeta, un pequeño campamento en Kure, una de las Islas Hawaianas de Sotavento, que no está habitada.
Allí, a más de 2250 kilómetros (1400 millas) de Honolulu, vivieron totalmente aislados por ocho meses, trabajando en proyectos para restaurar el medio ambiente de la isla. Quedaron completamente desconectados del mundo en una estrecha faja de tierra entre Estados Unidos y Asia. No tenían televisión ni acceso a la internet y solo recibían información a partir de mensajes de texto satelitales y ocasionales correos electrónicos.
Ahora regresaron, reincorporándose a una sociedad que les parece ajena y muy distinta a la que dejaron. Deben acostumbrarse a usar tapabocas, a quedarse adentro y a evitar abrazos y estrechones de manos cuando se ven con amigos.