Tras nueve meses de conflicto, la población palestina enfrenta una crisis de salud mental sin precedentes. Los traumas de guerra se manifiestan en síntomas como pesadillas, ansiedad y comportamientos agresivos, afectando especialmente a los más jóvenes.
El caso de Nabila Hamada ilustra la magnitud del problema. Esta madre de 40 años perdió a uno de sus gemelos recién nacidos durante una evacuación forzosa de un hospital. El trauma la ha dejado incapaz de cuidar adecuadamente a sus otros hijos.
Expertos consultados señalan que la ansiedad, depresión e insomnio son comunes entre la población. Se estima que prácticamente todos los niños de Gaza, alrededor de 1,2 millones, necesitan apoyo psicosocial urgente.
Los desplazamientos masivos agravan la situación. Cerca del 80% de los gazatíes han sido forzados a abandonar sus hogares, viviendo en condiciones precarias que dificultan su recuperación emocional.
Lamentablemente, los recursos para atender esta crisis son escasos. Los profesionales de salud mental se ven desbordados y apenas pueden ofrecer “primeros auxilios psicológicos” para mitigar los síntomas más graves.
Algunas iniciativas, como las impulsadas por la UNRWA, buscan proporcionar espacios de juego y expresión artística para los niños. Estos esfuerzos, aunque limitados, pueden marcar una diferencia significativa en su bienestar emocional.
El trauma no distingue edades. Jehad El Hams, un adulto refugiado, perdió un ojo y varios dedos en un incidente con munición sin detonar. Su testimonio refleja las secuelas físicas y psicológicas que muchos gazatíes enfrentarán por años.
Esta crisis de salud mental amenaza con dejar una huella duradera en la sociedad palestina, requiriendo atención y recursos a largo plazo para su recuperación.