En las últimas décadas, los diagnósticos del espectro autista han mostrado un crecimiento significativo. Sin embargo, especialistas aclaran que este aumento no implica necesariamente un mayor número de personas con autismo, sino mejoras en la detección, mayor conciencia pública y herramientas de evaluación más accesibles y precisas.
Actualmente, se estima que 1 de cada 36 niños recibe un diagnóstico dentro del espectro autista, una cifra notablemente superior a la reportada en generaciones pasadas. Este cambio responde a un enfoque más inclusivo y riguroso en los criterios clínicos, así como a campañas de sensibilización que han permitido visibilizar el trastorno en distintos contextos culturales y sociales.
El autismo es una condición del neurodesarrollo que afecta la comunicación, la socialización y el aprendizaje. Aunque fue identificado por primera vez en 1943, su comprensión ha evolucionado significativamente. Desde 2013, el manual clínico DSM incluyó en el espectro trastornos como el síndrome de Asperger, ampliando el rango de perfiles reconocidos.
Investigadores de la Universidad de Northeastern destacan que, a diferencia del pasado, hoy se identifican casos en niñas, en personas con condiciones como síndrome de Down o TDAH, y en comunidades diversas. Tradicionalmente, los estudios se enfocaban en varones de clase media blanca, lo que dejaba fuera muchos diagnósticos posibles.
Factores como la edad avanzada de los padres, antecedentes genéticos o el incremento de la supervivencia en bebés prematuros podrían estar relacionados, aunque aún no se conoce con certeza el origen del autismo. No existen pruebas de laboratorio para diagnosticarlo; se basa en observación clínica y herramientas de tamizaje.
Desde 2007, la Academia Americana de Pediatría recomienda aplicar pruebas de detección a los 18 y 24 meses de edad. Los estados donde esta política se implementa de forma generalizada reportan mayores índices de diagnóstico, evidenciando la importancia del tamizaje temprano.
Herramientas como el cuestionario M-CHAT-R/F y el POSI han facilitado la identificación temprana por parte de padres y cuidadores. Detectar el autismo en etapas iniciales permite implementar intervenciones que mejoran notablemente el desarrollo emocional, académico y social del niño. La intervención oportuna sigue siendo clave para su bienestar a largo plazo.