El estrecho de Ormuz se ha convertido nuevamente en foco de atención global. Este angosto canal marítimo, que separa a Irán de Omán con apenas 33 kilómetros en su punto más estrecho, es vital para el comercio energético mundial. A diario, transitan por él cerca de 20 millones de barriles de petróleo, lo que representa aproximadamente una quinta parte del consumo global.
Luego de los recientes ataques de Estados Unidos a instalaciones nucleares en Irán, crece la tensión en Medio Oriente. El parlamento iraní ha aprobado una medida que permitiría cerrar el paso, aunque la decisión final está en manos del Consejo Supremo de Seguridad Nacional. Frente a esta amenaza, EE. UU. ha pedido a China —el principal comprador de crudo iraní— que intervenga para evitar un bloqueo.
Este estrecho no solo es esencial para países como Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Qatar, sino también para economías asiáticas como China, India, Japón y Corea del Sur. Un eventual cierre tendría un fuerte impacto en los precios del petróleo, en los mercados financieros y en la estabilidad regional.
Irán podría recurrir a tácticas como el uso de minas, submarinos o ataques con lanchas rápidas para obstruir el paso. Sin embargo, Estados Unidos y sus aliados podrían responder militarmente para restablecer la navegación, como ya lo hicieron en los años 80 durante la llamada “guerra de los petroleros”.
Aunque Irán ha amenazado en el pasado con cerrar el estrecho, nunca lo ha ejecutado. Hoy, con un escenario más tenso y un mayor riesgo de escalada, la comunidad internacional observa con atención. China, por su parte, aún no ha respondido públicamente a la solicitud estadounidense, pero podría usar su influencia diplomática para evitar un bloqueo que afectaría gravemente su suministro energético.
La estabilidad del estrecho de Ormuz no solo es una cuestión regional, sino un asunto de interés global.